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El incunable (del latín incunabula, "en la cuna")[1] es un libro impreso durante el siglo XV[2] , en el inicio de la imprenta. Se atribuye dicho término a Hadrianus Junius, quien llamo a estos libros «prima artis [typographicae] incunabula» en 1588 en su obra póstuma Batavia.[3] Posiblemente fue Cornelis van Beughem quien popularizó el término gracias a su catálogo Incunabula typographiae (1688).[4][5]
En este período la industria tipográfica todavía no se había especializado: el impresor era dueño y manipulador de la prensa, fundidor de tipos, fabricante del papel, encuadernador, editor, librero, artesano, artista y erudito. Algunos de ellos dejaban una «marca de agua» o filigrana en el papel que fabricaban, de esa manera sabemos quien la editó; pero hay muchos que carecían de firma y fecha. Hoy en día, estudios científicos que analizan los tipos de fundición utilizados, han ayudado a catalogar la mayoría de las ediciones existentes. Estas ediciones son documentos históricos que, por primera vez, pusieron la cultura al alcance de todos.
El término «incunable» hace referencia a la época en que los libros se hallaban «en su cuna», es decir en la primera «infancia» de la técnica moderna de hacer libros a través de la imprenta. Así, son reconocidos como incunables los libros impresos entre 1453 (fecha de la invención de la imprenta moderna) y 1500, procedentes de unas 1200 imprentas, distribuidas entre 260 ciudades, con un lanzamiento aproximado de 35 000 obras distintas.
A Johannes Gutenberg, de Maguncia, se le atribuye la invención de los caracteres móviles fundidos. Los primeros incunables salieron de su imprenta, y entre ellos destaca la Biblia de Gutenberg (1453-55), en latín, de 42 líneas. Durante los primeros treinta años, la imprenta se expandió por Europa occidental y comenzó a dividirse en diferentes actividades especializadas. Al principio, los libros no tenían portada, usaban caracteres basados en la escritura gótica y las palabras tenían numerosas abreviaturas, imitando a los códices. Pero ya en el mismo siglo fueron adoptándose otros tipos de letras, especialmente la redonda o romana, la veneciana o itálica y la cursiva, mucho más legibles que las primeras y que al fin prevalecieron sobre estas (salvo en Alemania) desde comienzos del siglo siguiente. Hacia finales del siglo XVI, se introdujo el tipo elzeviriano (del neerlandés Elzevir) más delgado que los anteriores y después siguieron otros caracteres de fantasía, hasta llegar a la gran variedad que hoy conocemos.